El escritor que hizo llorar a medio mundo con El diario de Noah vuelve para hacernos llorar un poco menos con El viaje más largo. Dos historias de amor que se cruzan frente al espectador y que, pese a sus encantos, recuerdan lo que el título avisaba: una película bastante larga.

Nicholas Sparks lo ha intentado. Ha metido en un frasco a un jinete de rodeos muy macho que vive en un rancho, con una universitaria de sobresaliente obsesionada con el arte y Nueva York. Y, por otro lado, a un soldado traumatizado de la Segunda Guerra Mundial y a una chica judía apasionada por el arte. Sparks agita el bote e intenta desesperadamente que nos caigan las mismas lágrimas que en Un paseo para recordar. Pero es lo que tienen estas historias que se entrecruzan. Cuando empieza a interesarte una, aparece la otra, a la que en seguida coges manía. Y, según avanzas con la nueva, vuelves a la vieja y ya no te crees ninguna. El resultado son dos cuentos en distintas épocas, turnándose de tal manera que a menudo molestan.

Pero bueno, esas historias de que no hay de barreras insuperables cuando se está enamorado gustan mucho, y la convierten en un plan perfecto para los amantes del género. El romance está presente y no decepcionará a los espectadores que vayan buscándolo.

Eso sí, esa mezcla de drama bélico, con medio comedia americana tiene sus extrañas consecuencias. No siempre resulta creíble, no tiene un público demasiado específico y, a veces, se hace un poco tediosa. A pesar de todo, hay una historia de amor innegable entre los abdominales del hijo de Eastwood y el equipo de realización.

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