Cuando tienes cinco años y te caes, un beso sobre el golpe o un abrazo bastan para curarte. Cuando tienes 50, las caídas son algo más dolorosas y difíciles de solucionar. Con los años, los abrazos duran menos tiempo, y no siempre hay alguien dispuesto a besarnos las heridas.Los “a la tercera va la vencida” ya no funcionan si es la séptima vez que lo intentas; y algunos errores son tan irreversibles como el paso de los años. Cuando el final está más cerca que el principio, infinito no es la cantidad de nuestros sueños, y las oportunidades que nos quedan empiezan a tener un número.

Los que alcanzan las estrellas en alguna etapa de su vida, sufrirán viendo flaquear sus piernas bajo el enorme peso del cielo creado. La gloria es una gran amante que satisface hasta el exceso, pero en cómo levantarnos cuando nos caemos es la peor maestra. Randy Robinson, icono de la lucha libre, ya no puede ni pagar el alquiler de su remolque. Hace 20 años, empapelaba las habitaciones de sus miles de fans. Ahora en su cuerpo sólo quedan las cicatrices de una leyenda. “Porque arruiné todo lo que amaba mucha gente me dijo que nunca volvería a luchar. El único que me dirá que ya no puedo sois vosotros”. Su público. Lo único que tiene pues sólo ellos no han sufrido su egoísmo.

El tiempo y la soledad

Su cuerpo, destrozado por las drogas y la lucha, es preocupante; pero el problema no reside aquí: “El único lugar donde me hacen daño es ahí afuera”. Randy debe enfrentarse a la sociedad que le rodea más allá del cuadrilátero. “Soy un viejo acabado y merezco estar solo. Sólo quiero que no me odies”, llora ante la hija que abandonó. La soledad se presenta dispuesta a descubrir su vergüenza, su fragilidad y sus imperfecciones. Randy pasa las noches en un bar de striptease, donde entabla amistad con Cassidy. La doble vida de ambos crea una identificación. Randy, un héroe sobre la farsa del ring y un embustero en el mundo real. Cassidy, tan fuerte desnuda como en su papel de madre. En oficios donde triunfar es sinónimo de juventud, ambos son los vestigios de unos años gloriosos. El cuerpo de Randy ya no sobrevive a las batallas, ni el de Cassidy al gusto de los clientes.

Mickey Rourke lo tenía todo para este papel: el físico perfecto y el guión de su vida. Sólo tenía que hacer de él mismo. Rourke, que abandonó el boxeo y el cine por problemas con la violencia y el alcohol, confesó que la fe católica lo salvó de recaer en su “caótico estilo de vida”. Darren Aronofsky vuelve al mundo de los perdedores con esta sencilla historia. La típica película del rey destronado se convierte en una reflexión sobre las decisiones humanas. “Al mundo le importo una mierda, y por eso hago lo único que sé hacer”, dice el protagonista. Quizá se lo había buscado.

3 Comentarios en «El Luchador»… Sólo el público decide cuándo termina el espectáculo

  1. Vas a ser una gran crítica de cine. Continúa

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  2. Muy gráfico todo el comentario; el vocabulario es certero.

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  3. Me gusta mucho tu forma de redactar. La crítica muy amena

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